Dentro del
proceso de comunicación política, donde las instituciones públicas generan
información a través de los medios de comunicación, el mensaje y la imagen son elementos
importantes para que el ciudadano-elector pueda premiar en apariencia a una
gestión, lo que se traduce en un consumo de información donde la imagen busca
crear credibilidad en las acciones que se realicen; desde esta perspectiva, las
sociedades siguen modelos o patrones de formación “ideales” que sirven como
referencia para imitar o copiar, histórica y culturalmente, algo.
Esta realidad,
presente en la historia política de los Estados, ha servido para que los
líderes asuman apariencias que permitan vincularlo con las realidades inmediatas
del ciudadano en cuanto a pensamientos, ideas y actitudes, sirviendo de
referencias para que las acciones propias de la administración pública, lleven
una marca personal que muchos
teóricos y filósofos explicaron como una manifestación de egoísmo, cuidar a su
yo y, en el peor de los casos, a rendirse una especie de culto donde el poder
es el eje motor de tales acciones.
Históricamente
hablando, en Venezuela el caudillismo es la referencia clásica e inmediata de
personalismo político promovido desde las organizaciones partidistas ya que,
desde ellas se definen y ejecutan estrategias, fundamentadas en el carisma y la
popularidad de determinado candidato, para alcanzar la representación política
que permita el ejercicio del poder, es decir, un candidato es un líder político
que construye una fortaleza institucional dentro de los criterios de
gobernabilidad.
Pero esta
realidad, tiene un valor importante a medida que se rediseña la República ya
que muchos funcionarios públicos (específicamente del Poder Ejecutivo) entendieron,
por una parte, que la marca de gestión se imprime con su imagen a los fines de lograr
una conexión que sirva para validar acciones, eficientes o no, del líder; y por
otra, logran que el ciudadano se repliegue ante los “supuestos” salvadores a
sus problemas y/o necesidades reales e inmediatas. Solo se necesita mirar
vallas publicitarias para encontrar las nuevas caras de la política (oficialistas
y opositores) en los diversos ámbitos de distribución del poder.
En la
actualidad, el arquetipo y personalismo de la gestión es la promoción
inevitable del sentir ciudadano que se resume en la frase: “el país necesita de un héroe” y donde se
disminuye la posibilidad real de construir una democracia sólida, madura y
validada como sistema de gobierno moderno y modernizador por excelencia, ya que
la misma requiere de la comprensión ciudadana con respecto a la política como ejercicio colectivo y no como
la referencia de una imagen de hombres que conciben al poder como la conquista
de un espacio dispuesto para la proyección e imposición de una figura
individual que garantiza, en sus acciones, un instrumento para materializar su
voluntad.
Lcda. Lelimar
Narváez
Politólogo
Twitter: @lelimarnarvaez
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